jueves, 26 de julio de 2007

Salimos?


Aunque siempre existan señales que nos indiquen por dónde debemos salir. Aunque nos sugieren amenudo qué camino debemos tomar. Aunque lo más fácil sea seguir la dirección que todos los que llegan a la estación toman sin mirar el mapa. Aunque muchas veces creemos saber a qué sitio queremos ir. Aunque todo laberinto se construye a partir de unos objetivos. Aunque...

La tierra de los sueños no sale en el mapa. La revolución no será anunciada en la televisión. Los mapas nos marcan solo aquellos lugaros a los que no deberíamos ir...

Y es que no siempre la luz que vemos al final del túnel nos conducirá al destino que de verdad nos queremos dirigir.

miércoles, 11 de julio de 2007

Nada es lo que parece

Estaba aquella tarde en mi habitación estudiando, o por lo menos intentando poner orden entre aquel sin fin de apuntes mal organizados y antes abandonados. Cómo es debido, mi mente se iba constantemente de viaje, soñando con otras historias, con utopías permanentes, con el frío sol de invierno, con aquella chica que me hacía soñar de nuevo... con todas aquellas cosas que sirven solo para hacer bailar la mente y quitar la concentración. Un larga tarde me esperaba, o quizás eso es lo que yo pensaba.

El reloj seguía con sus vueltas monótonas y depresivas, aunque marcaba las seis de la tarde, el cielo estaba oscuro, y al mirar por la ventana, nadie paseaba, ningún conductor se lanzaba a la carrera por llegar dos minutos antes a la cita acordada. Me pareció raro ver que la vida en la ciudad, la agitación y el estrés con el que todo el mundo acostumbra a ir, había desaparecido de golpe. Por una vez en la vida, quizás muchos habían pensado que era mejor escuchar antes de empeñarse en hablar. Quizás todos se habían ido de vacaciones. Cerré la ventana y volví delante de los apuntes, mientras sonaba un viejo tema del rock'n roll de los sesenta.

Sin darme cuenta, las horas siguieron su curso natural y me planté de repente a las nueve de la noche. Al abrir de nuevo la ventana para observar si algo, por pequeño que fuera, había cambiado. Me percaté que las calles y las casas que siempre habían estado delante de mi ventana habían desaparecido misteriosamente, ni una miserable luz alumbraba la calle, ni tan siquiera las estrellas, que cada noche nos recuerdan que nuestro mundo es un microbio dentro del espacio, brillaban para animar mi descanso estudiantil.

Al abrir la puerta de mi habitación, me dí cuenta, con mucho asombro que una pared negra y oscura me barraba el paso. Me asusté y volví a mi silla. Misteriosamente, en mi habitación solo quedaba el aparato de música y la silla en la que me sentaba. Ni rastro de la cama, de los libros ni de nada de mis viejos recuerdos, ni de mi extensa colección de discos comprados desde que tenía doce años.

Fue en ese momento cuando empecé a reflexionar sobre lo que era mi vida, sobre mis penas y mis glorias, sobre mis proyectos y mis ambiciones. En definitiva sobre el sentido de mi existencia. La vida que hasta entonces había tenido me pasó por delante como el tren de mercancías circula por la estación de pasajeros. ¿Quizás nunca había bajado del tren? ¿Quizás no me habían dejado bajar en la estación que yo buscaba?. Un montón de preguntas empezaron a pasar por mi mente.

Después de pensar y pensar, observé que la habitación estaba vacía. No había luz, no había paredes, no había nada de lo que hasta entonces había sido mi vivencia. Esas cuatro paredes que me recordaban constantemente que, aunque la jaula sea de oro, nunca deja de ser prisión. Puede que me hubiese pasado demasiado tiempo sin realizar mis sueños, sin cumplir mis expectativas. Demasiados días lamentándome por cosas que ahora me resultan insignificantes. Demasiados llantos sin esperanza, demasiadas horas perdidas de indignación y imágenes rotas.

La verdad es que poco a poco mi cuerpo iba desapareciendo, me sentí cansado, agotado. Demasiado joven para ser viejo, pero demasiado viejo para edulcorar mi juventud monótona. La verdad es que en pocos segundos descubrí lo que jamás me había imaginado, mi vida había sido un fracaso, una farsa, mi vida nunca había existido. Todo había sido fruto de la imaginación de alguien que, de repente, dejó de soñar en mi existencia. Nada de lo que había vivido había sucedido, ni aquel primer beso a los dieciséis años, ni aquellas navidades felices en familia, ni aquellos discos que siempre escuchaba, ni tampoco aquellas borracheras de cerveza y gintónic. Nada había sucedido nunca.

¿Pesadilla o realidad? La vida es larga pero, a la vez, injustamente corta. Decidí a partir de aquí, que cuando naciera de verdad, intentaría aprovechar la vida lo mejor posible, buscando siempre un deseado e imaginario equilibrio, que separa la felicidad de la amargura. Aprendí a vivir y a soñar con la realidad.