jueves, 17 de marzo de 2011

La depresión de Japón

La frustración es un niño en «La Maldición»
La sociedad japonesa siempre ha mostrado un carácter que se encuentra por encima de los sentimientos, de la amabilidad y los lazos entre individuos. No hay que buscar mucho. Solo viendo cualquier filme de terror japonés, uno adivina enseguida que la trama no es más que una metáfora de la realidad. Individuos que andan tristes y hundidos en su propia soledad. Fantasmas o espíritus que no representan otra cosa que esa amarga frustración que persigue a los nipones desde que nacen hasta que mueren. Presión, individualismo, egoísmo y materialismo son elementos que forman parte del día a día en esta sociedad que, ante cualquier desastre, muestra una sorprendente entereza y orgullo patriótico con el fin de volver a empezar. Tal vez, deberíamos de valorar dicha actitud como una virtud. Sin embargo, el ser humano, sea de dónde sea, tenga la cultura que tenga... necesita expresarse. Necesita sonreír, llorar, lamentarse y expresar emociones tanto o más que el mero hecho de respirar oxígeno puro. De lo contrario, la frustración y la desesperación pueden terminar por convertirse en un monstruo que devora sin compasión al individuo y, por consiguiente, todos aquellos que se encuentren a su lado. Ese es precisamente el gran hilo argumental de los filmes de terror japonés, cuyas adaptaciones «made in Hollywood» carecen de sentido. Un filme como «La Maldición» (Takashi Shimizu, 2002) sería el mejor ejemplo.

El desastre que vive el país nipón nos ha descubierto muchos aspectos que quizás nos habían pasado por alto antes. Las imágenes nos muestran a las víctimas del tsunami asumiendo sin rechistar el nuevo escenario de su país. Una imagen que bien podría asemejarse más a una de esas películas apocalípticas que no a un país moderno y que, se suponía, era uno de los grandes motores económicos del mundo. Nadie sabe como terminará la catástrofe de las centrales nucleares, ni tampoco hasta cuando las aguas volverán a su cauce. Hay tristeza, hay depresión, hay preocupación porque el futuro es ahora más incierto que antes del terremoto. Quizás la reconstrucción del país será rápida, porque así lo marcan los roles de la sociedad japonesa. Porque es un país que, sin duda, pone por delante de los sentimientos y las vidas humanas, su orgullo material. Pero hay muchos que ya empiezan a preguntarse cuantos suicidios costará dicha reconstrucción. Y no para menos, cabe recordar que Japón es el segundo país con mayor índice de suicidios del mundo.