martes, 4 de septiembre de 2012

Lágrimas, fútbol y dinero

Que los futbolistas profesionales viven en otra dimensión, que poco, o nada tiene que ver con la realidad del resto de ciudadanos, es algo de lo que hace tiempo que no me cabe la menor duda. No parece, tampoco, que la sociedad se irrite demasiado al ver como esos deportistas de élite cobran millones y millones, aún cuando la miseria y el paro se ceban con el pueblo. Héroes o villanos. Depende de cuantos más goles marquen, aunque siempre existe aquel estúpido adjetivo, utilizado en algunos medios de comunicación, que alaban la solidaridad y el compromiso de esos jóvenes privilegiados, cuando se prestan a jugar uno de esos partidos organizados por alguna organización benéfica, en el que la recaudación de taquilla, es decir, el dinero que los aficionados al fútbol invierten en comprar las entradas, se destina, presuntamente, a una causa benéfica.

Máscaras fuera. Alguien que cobra millones por temporada, que trabaja relativamente poco, que vive en el lujo permanente, que no duda en comprar más de diez automóviles y que se vende, casi siempre, a quien le pague una ficha más alta, no puede ser considerado solidario. Consideraciones aparte, las palabras del astro del Real Madrid Cristiano Ronaldo, admitiendo que no celebra los goles porque está «triste», no son más que otro insulto a los ciudadanos de la calle. Lo peor de todo es que puede que el portugués haya sido sincero, puesto que como ya dije al principio, vive en un planeta que nada tiene que ver con la realidad.

La estrella merengue es joven, cobra más de 10 millones de euros al año, vive como quiere y les espera un futuro más que tranquilo. No hace falta contar que muchos ciudadanos viven al límite, con sueldos miserables, si es que tienen la suerte de contar con un empleo, con unos horarios de trabajo que no siempre les facilitan conciliar su vida laboral con la familiar, y con un futuro más que incierto. Parece asombroso que Ronaldo tenga la capacidad de soltar sandeces como la de que está triste. Tenga las razones que tenga, el portugués debería aprender a callar la boca, como mínimo.