jueves, 1 de agosto de 2013

Malas costumbres

España vive un ciclo caótico cuyo fin no parece vislumbrarse, a corto plazo. La situación empeora, aunque el gobierno conservador de Mariano Rajoy mantenga esa insistencia enfermiza en hablar de brotes verdes y de mejoras que poco a poco "vamos viendo" y que, como no podía ser de otra forma, son fruto de ese conjunto de eufemismos estructurales a los que su partido ha sometido la ciudadanía, con el pretexto y/o la amenaza de que si no se tomaban, el país se iba a pique. Una reforma laboral que solo sirve para aumentar el número de parados, una subida del IVA que mina el consumo y destruye la cultura, una reforma laboral que ya amenaza con dejar a miles de jóvenes sin el derecho a formarse o una privatización encubierta de la sanidad pública que, lejos de solucionar problemas, va a provocar que solo los que gozan de una privilegiada situación económica, puedan tener opciones de tratarse cualquier enfermedad. Un desastre monumental cuyas consecuencias serán inevitablemente nefastas para el futuro. 

A todo eso, y aunque el señor presidente del gobierno español insista en que son temas menores a los que solo la justicia tiene dar respuestas, el escándalo de la corrupción hace salir verdaderos brotes verdes, pero de putrefacción, en todo el territorio. La clase política pide sacrificios a los ciudadanos y socializa las culpas de la recesión que vive el país. En otras palabras, pide que nos muramos si estamos enfermos, que comamos insectos, que nos olvidemos de gozar de unas vacaciones, que no protestemos, que obedezcamos al amado líder, o sea él, y que nos duchemos con agua fría. Por hacer un pequeño resumen, a modo de ejemplo sencillo. 

Tenga o no tenga responsabilidades directas, el presidente Rajoy tendría que haber comparecido con inmediatez. Precisamente porque es el presidente del gobierno de España. Precisamente porque es quien debe dar la cara por el país. Sencillamente porque el señor Bárcenas fue el tesorero de su partido, y mienta o no, tuvo el apoyo del señor Rajoy. Solo cuando la situación se volvió tensa de verdad, el presidente decidió comparecer. Eso si, para no decir apenas nada. Para contraatacar a la oposición (un mecanismo que vienen usando a lo largo de toda la legislatura, con el fin de no responder nunca a las preguntas que se les formulan en el parlamento), contar cuentos para niños, recibir aplausos por parte de sus fieles soldados y justificar lo injustificable. 

Hoy 1 de agosto, a las 9 de la mañana, Mariano Rajoy ha dedicado una comparecencia a hablar de lo mejor que va el país. Que el paro baje en 200.000 personas es positivo, pero no deja de ser un dato circunstancial, si nos atendemos a la llegada del verano, los contratos temporales y a todos aquellos que tiraron la toalla o huyeron a buscarse la vida en otro país. Disculpen la comparación, pero en el caso del empleo, es como si, en el trágico accidente ferroviario de Santiago, en vez de 79 muertos, los fallecidos hubieran sido 55. No sería precisamente una buena noticia, puesto que la tragedia seguiría siendo trágica, y las causas, las mismas. Es necesario observar que el problema laboral, además de los seis millones de parados, lo peor, sin duda, también debe mirarse des de la óptica de quienes si tienen trabajo. 

Precariedad, inseguridad, falta de derechos, sueldos cada vez más bajos y cierre de empresas, tiendas y comercios, en general o expulsión de científicos formados en España, que se tiene que ir a otro país, para que se les permita investigar como mejorar el mundo. Sintomático es que hoy en día, ser mileurista, está considerado como un privilegio envidiado por todos.

A todo esto, mejor vayamos al bar. Hablemos de pornografía bizarra, de inmoralidades perversas en un país que sobrevive sin esperanzas de renacer. Centremos en lo que realmente importa. De Neymar y los más de 60 millones que el Barça gastó en su fichaje o de la foto de Messi con una misteriosa señorita. Aunque eso si, el Barça tiene una responsabilidad social de lujo. Debatamos si el Madrid será capaz de abonar 100 millones de euros al Tottenham por Gareth Bale o del miedo de Cristiano Ronaldo (al que a veces nos venden como un futbolista comprometido con los problemas del mundo, porque juega un partido al año en favor de los niños pobres de Burundi) a perder protagonismo en las portadas de las revistas con la posible llegada de la estrella galesa. Nos hemos acostumbrado a vivir en la sombra. En una dimensión desconocida en la que, sin estar cómodos, no se nos exige actuar. 

Nos hemos acostumbrado a ver la vida pasar, a sentirnos parte de un club de fútbol solo porque nos compramos su camiseta, a precio de oro, y el presidente de la entidad nos dice que nos necesita. Por desgracia, despertaremos cuando nos hayan echado de ese trabajo maravilloso con el que apenas ganamos mil euros al mes. Tendremos un  despertar excesivamente amargo cuando un familiar se muera en un hospital público, por la falta de recursos destinados a la sanidad o por no poder pagar de nuestro bolsillo su tratamiento. Estamos demasiado adormecidos. Mal acostumbrados a no ser quienes debemos ser.