miércoles, 9 de mayo de 2012

Sacrificios ancestrales

Hay que matar a una virgen de la comunidad para que los dioses hagan que llueva y el suelo sea fértil. Así de simple lo veían las tribus ancestrales, hace cientos, miles o, tal vez, millones de años. Sacrificar significaba, literalmente, matar a un individuo, esperando que de esta forma, a cual regalo para los dioses, las condiciones climáticas favorecieran el desarrollo de una comunidad. Creía que tan crueles formas de avanzar habían quedado relegadas con el avance social. Las condiciones sociales y laborales han experimentado, en un largo proceso de lucha dolorosa, un enorme cambio que nos ha permitido ser más humanos. Los niños ya no tienen que trabajar en las fábricas, los obreros tienen derechos y una jornada laboral más digna que les permite compaginar su labor con su vida familiar. Ahora lo vemos lógico, aunque dos siglos atrás la igualdad, la dignidad o los derechos humanos eran conceptos más bien desconocidos para la mayor parte de la sociedad.

Los gobiernos del siglo XXI parecen empeñados en recuperar las viejas tradiciones ancestrales. Piden (entiéndase como un eufemismo que se traduce en obligación) a la sociedad que haga sacrificios, que se estrechen el cinturón y que confíen en su labor.  Sacrificios que me recuerdan, muchísimo, a los de las tribus. Cierto, ahora no vamos a sacrificar a ninguna niña virgen en un altar, ni tampoco bailaremos una danza para pedirle al cielo que llueva. No. Ahora los sacrificios pasan por desmontar la sanidad pública (poniendo en peligro la salud, e incluso, las vidas de miles de personas) recortando su presupuesto. Ahora se quiere sacrificar la enseñanza pública, es decir, abolir aquel derecho universal que dice que todo el mundo debe tener la posibilidad de acudir a la escuela y formarse, con el fin de que en un futuro pueda aportar su granito de arena al crecimiento. Ahora el sacrificio pasa por dejar a millones de personas, familias enteras, al margen de la dignidad humana. Gente sin trabajo, sin dinero, sin ayudas sociales y cuyo futuro carecerá de cualquier tipo de esperanza de prosperar. Y para los que tengan el privilegio de trabajar: menos derechos, más precariedad y una reforma laboral que les impone muchas obligaciones y les quita todos los derechos.

Todo se justifica por "el actual contexto económico". Una situación fabricada por un sistema financiero corrupto que ha trivializado, como quien juega a ese conocido juego de mesa llamado Monopoli, con el dinero de toda una sociedad y que, al ver que la partida ha tomado un rumbo incierto y equivocado, ha decidido hipotecar la justicia social, los sueños, los ahorros y la dignidad del 99% de los trabajadores, es decir, del pueblo llano. El objetivo es sencillo. Los mercados, que serían la reencarnación de aquellos malignos dioses ancestrales que antaño pedían la vida de una niña de la tribu a cambio de conceder un mes de lluvia, gobiernan en la dictadura que ellos mismos han fabricado. Un golpe de estado ilegitimo al que los políticos sucumben sin oponer resistencia alguna. No en vano, los líderes gubernamentales mantienen suculentos negocios con las entidades financieras, en un complicado entramado en el que unos se retroalimentan de los otros.  

El último ejemplo en España lo deja claro. El ejecutivo del señor Rajoy tiene previsto inyectar un mínimo de 7.000 millones de euros al conglomerado de cajas de ahorros que se han unificado bajo el nombre de Bankia. Un dinero que hace poco el mismo gobierno dijo que quitaría de los presupuestos de educación, sanidad e investigación, puesto que el agujero de la deuda española era de un tamaño desproporcionado. Una cantidad que se suponía que era necesaria ahorrar porque así lo pedían las divinidades, o los mercados. Un dinero que ahora se inyectará a una entidad financiera que ha malbaratado sus recursos, si es que es que los datos son reales, mientras sus directivos seguirán cobrando unas cantidades astronómicas en concepto de sueldos, indemnizaciones y/o compensaciones.

Evidentemente nada es tan fácil, ni tan complicado. Los que aplican esas medidas se empeñan en convencer a una masa social, a la que desprecian al igual que el conde medieval hacía con la gente que trabajaba de sol a sol sus tierras, que todas esas medidas son necesarias y que no hay otro camino a seguir. También argüirán las excusas que sean necesarias para justificar la inyección de dinero público a Bankia. Ya han llegado a decir que no se trata de dinero público, aunque no han especificado, por consiguiente, de dónde salen esos 7.000 millones de euros. Mentiras, desprecio, hipocresía y una falta total de coherencia que sirven para mantener una dictadura cruel y narcisista.

¿De verdad alguien cree que para salir de esa situación a la que llaman crisis hay que fomentar el paro, destruir los servicios sociales básicos, acabar con la democracia y financiar las partidas de póquer del sistema financiero? Yo, sin duda, no.

No hay comentarios:

Publicar un comentario