martes, 13 de enero de 2009

Ateísmo publicitario

Autobuses urbanos que muestran, mediante mensajes publicitarios, una enzarzada y cruel batalla entre dos reductos de ateos y cristianos. Lo que nos faltaba! Por lógica, uno entiende que la publicidad se dedica a vender un producto, utilizando, eso si, todas las emociones, sentimientos y conductas naturales necesarias. Materializar lo natural para vender e incrementar beneficios. Pero realmente, ¿qué pretenden los impulsores de esta iniciativa en los autobuses? Puede que ambas organizaciones quieran ganar adeptos o simplemente, fomentar el debate público sobre la existencia o no de un poder celestial. Aunque, seguramente, algunos extremistas dirán que todo se trata de un perverso entramado de los oscuros poderes fácticos que quieren distraer la atención.

En un mundo roto y deprimido por culpa de esa palabra, de cuyo nombre no quiero acordarme, que irremediablemente nos obliga a tener en cuenta la información económica, la sociedad necesita de valores, explicaciones y argumentos que den cierta esperanza o, como mínimo, ayuden a reconfortar el espíritu individual. La religión nos explicó mediante fábulas y cuentos mitológicos, aquellos hechos inexplicables que de otra forma no se podrían entender en las eras antiguas. Además, da argumentos para tener esperanza, con la vida después de la muerte. Las ideologías políticas, y en especial el marxismo, han analizado las bases del sistema político y económico, para proyectar un mundo mejor, sin pobreza, justo y equilibrado.

La ironía es grande, ya que cristianismo y marxismo siempre se han negado el uno al otro, aunque ambas predican el mismo ideal de mundo. Los primeros piden al individuo que tenga paciencia y espere a morir para vivir, los segundos arremeten contra las injusticias y defienden existencia terrenal digna y libre. En el trasfondo siempre lo mismo, la mala utilización de los códigos lingüísticos termina por contaminar el mensaje original. Una lástima.

Definitivamente el objetivo que los promotores de la iniciativa ha tenido éxito. La sociedad ha rescatado el eterno debate sobre la existencia de Dios para olvidarse, ni que sea solo por un momento, de la amarga recesión económica. Aunque bien podrían haber sido un poco más creativos en el mensaje, ya que como dijo en su momento el escritor francés Blaise Pascal, “prefiero equivocarme creyendo en un Dios que no existe, que equivocarme no creyendo en un Dios que existe”.

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