martes, 11 de noviembre de 2008
Andando entre paredes
Existe una notable diferencia entre desplazarse en coche o hacerlo a
pie. Si, es de suponer que no hay que ser una eminencia para llegar a
tal conclusión, sin embargo la mayor parte de la sociedad se decanta por
trasladarse en coche, ya sea para hacer sus tareas o bien para huir de
la rutina de cada día, esta que nos quita las ganas de ser o hacer
aquello que algún día soñamos. Quizás esto pueda parecer un vulgar
escrito propio de alguien sin inspiración, y puede que sea verdad.
Supongamos, pero, que no es así. Imaginemos la comparación como si de
una metáfora se tratara. Ir en coche es fácil, rápido, directo y hasta
puede llegar a ser excitante. Andar puede resultar cansado, da pereza y
tardas mucho más en llegar adónde deseas ir pero, tiene una ventaja:
puedes apreciar con más facilidad todos aquellos detalles que te cruzas.
¿Quién no ha pensado alguna vez en perderse entre las calles?. Estoy
convencido de que casi todo el mundo ha tenido la intención de hacerlo.
Caminar, decidir adónde quieres ir, descubrir lugares de ensueño que, de
otra forma, nunca hubieras podido ver, pensar y, en definitiva,
adentrarse en la verdadera esencia de la sociedad, a modo casi empírico.
Nunca conocerás verdaderamente una ciudad, hasta que no te pierdas por
sus rincones más ocultos, por sus calles llenas de tiendas, observando
la gente, entrando en sus comercios, deleitándose con esta esencia real,
a menudo llena de matices invisibles, que los museos y rutas turísticas
jamás te van a contar. Las autopistas se saturan de automóviles que
quieren ir deprisa, llegar a tiempo, adelantar al vecino o vacilar a los
demás. Las pequeñas calles, en cambio, ofrecen alternativas, abriendo
sus paredes para que los visitantes, encuentren mágicos lugares que
nunca buscaron.
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