martes, 25 de noviembre de 2008

Un genio en la sombra

Está claro que no es precisamente una suerte haber nacido como músico al mismo tiempo que el alabado Bob Dylan. Sin embargo, a Neil Young (Toronto, 1945) nunca le afectó demasiado el haber tenido que caminar siempre a la sombra del de Minnesota, icono de aquella rebelde década de finales de los sesenta. Se dice que la historia no es siempre del todo justa, y es que a menudo los verdaderos genios no obtienen aquel reconocimiento que sin duda merecen, por lo menos en vida. La extensa y productiva trayectoria del canadiense ha sido reconocido con creces, pero nunca lo será suficiente si valoramos todo la riqueza que ha aportado al panorama musical.

Nunca fue, ni quiso ser, un ídolo para las adolescentes enloquecidas que con su incansable griterío y adulación sostienen la industria musical del fanatismo. Un hombre que, a sus más de sesenta años de edad, sigue construyendo y trazando los caminos del rock y del folk. Cercano pero a la vez autónomo, Neil Young ha sabido transmitir desde siempre, ya fuera con sus Buffalo Springfield, con Crosby, Stills y Nash o en solitario, esa esencia original de la música, sin colorantes ni conservantes, huyendo de las tendencias y las modas que imperan en el mercado discográfico. Con más de treinta álbumes publicados, Young constituye un referente para las generaciones de músicos que han surgido en las últimas décadas. Su versatilidad para mezclar armoniosamente el rock más clásico de la profunda América, el folk tradicional, el genuino country y una infinidad de estilos a los que ha sabido impregnar con su sello personal. Joyas como los discos Rust Never Sleeps (1979), Freedom (1989), la banda sonora de la brillante Dead Man (Jim Jarmusch, 1996) o el inteligente alegato contra el 11-S, Are you Passionate? (2002) forman parte ya de la historia de la música.

Neil Young se ha mostrado coherente con sus ideales, del mismo modo que con la música. Un personaje polifacético que, sin gritar ni hacer ruido, ha sido siempre fiel a sus principios. No en vano, podemos recordar que el pasado mes de octubre decidió anular un concierto en Los Ángeles, para mostrar su solidaridad con los trabajadores en huelga del recinto dónde tenía previsto actuar. Young nunca ha querido ser el centro de atención, algo que se refleja claramente con su vertiente de director de cine ocasional, y es que para no llamar la atención el canadiense utiliza el seudónimo de Bernard Shakey en sus incursiones en el séptimo arte. Podemos decir de él que es un genio digno de ser alabado, un idealista que convierte las utopías en realidades o una fuente inagotable de inspiración para la música. Comunicativo pero a la vez intimista, Young es uno de esos hombres que han marcado un punto de inflexión en el avance de la sociedad. Ataviado con su sombrero, soplando su inseparable armónica y tocando esos acordes que solo él sabe interpretar, Neil Young sigue desprendiendo sobre los escenarios toda su energía y calidez, aunque como solo saben hacer los grandes, con una humildad que no debería confundirse con la invisibilidad. El hombre que sabe estar, aunque solo se deja ver cuando es necesario, por lo demás se le escucha.

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