martes, 25 de noviembre de 2008

Retórica vacía del atardecer

Como si esperara que el espíritu santo bajara del cielo, o de allá dónde se encuentre, me siento de nuevo delante del ordenador. Tomo el último sorbo del café amargo, ya enfriado, y apago el cigarrillo que encendí apenas cinco minutos antes. Tengo hambre de escribir. Me pueden las ganas de argüir en la infinidad de profundos temas que hierven en mi mente. Necesito expresar mis ideas y escabullirme en el recóndito paraíso de la argumentación. A pesar de mis ansias, el denominado "horror vacui" se apodera con facilidad de mi. Miro por la ventana, como si quisiera preguntarle al cielo gris que invade la ciudad, con una actitud dominante e imponente que hiela y nutre el ambiente de ambiguas percepciones, qué debo hacer para llenar la copa vacía con un poco de inspiración añeja. Sin embargo, y tal como se podía esperar, no hay respuesta que me valga.

De repente me viene el recuerdo de aquella palabra que tanto amamos los que escribimos. La retórica. Divagando un poco en mi débil memoria, me acuerdo de los distinción que el sabio Aristóteles hizo entre la ciencia que demuestra sus tesis mediante demostraciones basadas en la certeza y la verdad, y el discurso persuasivo que se construye argumentando sobre probabilidades. Y es que el filósofo griego impulso en gran medida el arte de la retórica entendiendo como tal la utilización de pruebas distintas para persuadir a un público heterogéneo. No hay más, aquellos maravillosos griegos consiguieron convertir cualquier cuestión, por pequeña e insignificante que pudiera ser, en una magnífica y brillante tesis vacía de contenidos.

La extensa transición entre la inspiración propia de tomar el café y la desmotivación del atardecer, se ha ido diluyendo al mismo tiempo que el sol se ha puesto. No he conseguido el objetivo que tanto deseaba, no he plasmado por escrito todo aquello que quería decir. Quizás cuando deseas darte un baño de inspiración esta desaparece por naturaleza, se siente demasiado angustiada, hay un exceso de presión y prefiere ocultarse para salir en un momento más pausado. Salir a la calle y respirar, caminar y observar la gente que vuelve a casa después de cumplir con sus tareas. Esperan encontrar un descanso, quieren huir de su rutina diaria, sueñan con escapar, aunque tan solo sea por unos minutos, de la amarga realidad que nos imponen. Al margen de sus preocupaciones, me limito a caminar. Parece que ahora si, siento fuerzas para argumentar y expresar parte de lo que tengo en mente. ¿Porqué decimos que el teléfono "comunica" cuando no obtenemos respuesta?.

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